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Beatriz Montoya, ssj (Buenos Aires-Argentina)

Butinyá no dejó abandonada su obra, buscó todos los medios que su obediencia y las posibilidades de su tiempo le permitieron. Esta situación, favoreció en las Siervas la posibilidad de recorrer el propio camino, enfrentar las dificultades que se presentaron, asumir los retos para responder a la realidad, buscar desde la fe la manera de superar los conflictos y centradas en Dios, seguir construyendo Nazaret en la realidad cotidiana del trabajo.

Butinyá fue para las Siervas acompañante, no protagonista, supo hacerse a un lado e impulsó la experiencia de tener a Dios como CENTRO Y MOTOR de su proyecto para mujeres y hombres del trabajo.
Reconozco en Butinyá un corazón apasionado por el Reino, un Reino de Dios que se acerca al mundo del trabajo para transformarlo, darle sentido y convertirlo en gestos solidarios.
Puedo decir que es un hombre contemplativo, que se dejó moldear por la realidad dura y dolorosa de las obreras de su tiempo… le inquietó de tal manera que no lo dejó tranquilo, le quitaba el sueño y su búsqueda se centró en dar respuestas desde Dios a esos rostros dolientes que conocía.
Y en su lucidez, fruto de muchas noches de oración, descubre que una mujer en condición de obrera y centrada en Dios puede acompañar a otras mujeres, iluminar la vida, dar descanso al corazón y reconocer al Dios visible en lo cotidiano. Butinyá tiene claro que desde la solidaridad y el codo a codo se desvela el verdadero rostro de Dios.
En Butinyá descubrí al hombre que logra acercarse el interior de las mujeres cercanas a él y desde ellas mismas ofrecer oportunidades para recrear su dignidad.

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